martes, marzo 31, 2015

Corro porque la vida no me alcanza.

El año pasado hubo muerte a mi alrededor. Tuve que decirle adiós a personas que amaba mucho. Tenía dos opciones en mis manos: Seguir adelante o quedarme a vivir en un duelo que estaba a punto de deprimirme o volverme loco. Como parte de mi terapia personal, empecé a refugiarme primero en mi familia, en mi motor principal y esencia. Después, en identificar realmente a mis amigos y no soltarlos, y entonces surgió dentro de mí una estrellita de luz que justo nació debajo del pecho, eso que algunos llaman "plexo solar".

Inicié corriendo 800 metros, luego 5 kilómetros en esas carreras "del color", "de espuma", "de chocolate" "contra el cáncer" y demás... luego mi sed iba aumentando hasta que se me volvió un vicio mover mis piernas y sentirme libre corriendo. Mientras corría reflexionaba mis días o dedicaba mi pensamiento a olvidar, a rescatar lo que me mantenía vivo. Mientras sudaba agradecía a la vida el poder respirar y disfrutar a los que amo. Mis piernas resisten. Son fuertes y poco a poco conozco sus debilidades.

Desde que inició este año llevo un estilo de vida muy distinto. Muchos me han llamado "enfermo", "loco", "aburrido", "traumado" e incluso muchos otros se han burlado de mí por mi manera de comer o comportarme, ya tan alejada del "party" o del ocio.  Prefiero salirme a correr los domingos a las 5am a los montes y montañas, que mal gastar mi dinero en la peda.  Prefiero comer saludable, hacer ejercicio todos los días y no beber alcohol. Poco a poco identifico las cosas que no necesito en mi vida. La última vez que probé alcohol fue el último fin de semana de enero. Este nuevo estilo de vida no es mi  "nueva modita", mi "luego se le va a pasar". Esto es porque mi cuerpo y espíritu me lo pide.

 Justo en este momento gozo a plenitud mi existencia. Cuando corro o pedaleo siento una libertad increíble. El solo hecho de sentir el viento en mi cara y el sol quemándome, me hace sonreír y ser agradecido con todo lo que me rodea. En cualquier momento puedo irme. Soy, como todos, una personita muy frágil, pero poderosamente libre de hacer con su energía y tiempo lo que le venga en gana.

El domingo pasado viví una situación  traumática y aleccionadora. Me había preparado todos los fines de semana de este año para una carrera que representaba uno de los mayores retos físicos y mentales. No lo logré. Tuve nervios toda una semana completa. Comí al pie de la letra mi dieta. Me ejercité y entrené como debía. Una semana antes cometí el error de aventarme un paseo de 63 kilómetros en bicicleta. Lo aguanté bastante bien.

Después de ese día mis piernas se hicieron más fuertes, pero me pedían descanso. No les hice caso y me fui a entrenar a Mission Trails durante tres días seguidos. Me aventé unos 5 /6 kilómetros en terreno irregular, escalando pequeñas colinas y sintiéndome según yo "muy chingón". Nada que me demandara mucha energía. Descansé tres días antes de la carrera. Me preparé mentalmente y organicé mi playlist de mi teléfono con mis canciones favoritas para correr. Todo estaba listo. Hacía falta llegar a la salida para empezar a correr.

Un día antes de la carrera no pude dormir bien, de los nervios. Me despertaba cada hora, y me volvía a dormir. Desperté con mucha energía, desayuné mi proteína, mi licuado con platano, avena, mis rebanadas de pan integral con almendra. Me puse mis tenis de la suerte, mi cachucha, lentes, mi bolsa de agua y mi hermano me hizo el favor de llevarme a Rancho Casian. Era muy importante que mi familia asistiera a la meta y que me vieran llegar. Sentir su apoyo era primordial, mi motor de ese día. Ellos llegarían una hora después de la hora de salida.

Llegué y calenté. Una vez registrado, dieron el banderazo de salida. Salí como rayo. Veía borroso. Sentía mucha energía y no medí mi ritmo. Me aceleré. No me importó nada. Segundo error. Nunca debes salir en putiza, de ninguna parte, porque a la larga resulta peligroso.

Los primeros dos kilómetros fui el primero. Giré mi cabeza y a unos 500 metros estaban los demás. No por mucho tiempo fui el primero. Al inicicar la primer colina caí en una pequeña zanja. Sentí un pequeño dolor en el músculo bajo de mi pierna izquierda. No le tomé importancia. Mi pensamiento fue: "Ahorita que siga subiendo el músculo se calentará más y todo regresará a la normalidad". Si ajá, pobre ingenuo. La colina no terminaba y era se hacía cada vez más pronunciada. Para esto ya me habían rebasado unas 5 personas. Llegamos al primer checkpoint. Todo bien. Pasamos por unos caminos estrechos, llenos de maleza. Los otros corredores caminaban y escalaban. Seguí el paso y agradecí el paso lento, para no desgastar tanto mis piernas.

Siguió más subida y llegamos al checkpoint dos. Pedí arnica o cualquier pomada. Mi tío Eduardo, que fue parte de los colaboradores, me dijo que sólo tenía Vaselina. Me la puse como pude, tomé un sorbo de agua y seguí adelante, escalando más y más. Para esto el dolor se intensificó. No podía parar. Tanto entrenamiento no podía irse a la basura. Para el chekpoint tres tomé un par de naranjas. Traía dolor pero pensaba: "Convierte este dolor en luz. Inhala amarillo, exhala negro" Pues nada. Me dijo uno de los colaboradores: "Si sientes que ya no puedes, no sigas. Todavía tienes que subir esa meseta y son unos 2 kilómetros". Vi la meseta, preciosamente grande, empinada y llena de piedra. Y dije: "Yo puedo. Como chingados no. Yo soy más fuerte que este dolor".

Subí lesionado la meseta. No podía más. Veía como todos seguían delante de mí. Llegué a la meseta renqueando. Corrí unos 500 metros. Y luego unos 300 metros más. Me desvanecí con mucho dolor. Sentí como mi pierna izquierda se me volvía piedra, se me engarrotaba y me decía: "No sigas".
Tiré mis audífonos y me puse a llorar como un bebé durante largo, largo tiempo. Aventaba piedras y pataleaba. Luego me di masajes en la pierna. Me concentré en el dolor para que se fuera y se alejara. Nunca se fue. Algunos compañeros corredores seguían sin ofrecerme su ayuda. Me sentí como de esos perros callejeros moribundos, a punto de ser atropellados, sin cobijo y sin esperanza.

Le hablé a mi papá, llorando y le dije: "Apá, no me esperen en la meta. No voy a llegar. No puedo caminar" y se me fue el servicio. Algunos corredores llegaron de milagro y me ayudaron. Me daban de todo: Pastillas de sal, contra el dolor muscular, árnica, pomadas, geles, barras energéticas. Otros me dieron masaje. Y nada. Estuve una hora en la meseta viendo como todos me pasaban y me hacían la misma pregunta: ¿Calambres? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? Y entonces era traumárico tener que contestar estas mismas preguntas a cada uno de los que pasaban. Ya después me quedaba callado y sólo les griaba: "Animo", mientras seguían.

 Una pareja de plano me vio chillando de dolor, se rieron y se fueron. Otros me tomaron fotos ahí sentado. A cada uno de los corredores les dije que en el checkpoint 4 dijeran que ahí estaba yo, que por favor le avisaran a alguien y  fueran por mí. Después de unos minutos, una moto pasó por mí. Bajamos la meseta llena de rocas. Mi pierna no dejaba de doler. Después llegó una ambulancia de rescate. Me vendaron. Y yo seguía llorando de impotencia, frustración. Me sentí un verdadero perdedor. Sentía que no merecía nada. Ni siquiera comer, ni siquiera el alivio. Fui demasiado exigente conmigo mismo. Me dije cosas muy feas. Me herí mentalmente.

La almbulancia me llevó a la meta. Mi mamá me dijo: "Pide tu medalla" y le dije: "No, porque no me la merezco" y era verdad. ¿Con qué cara iba a pedir una medalla si sólo había corrido escasos 13 kilómetros? ¿Cómo iba a cruzar la meta como un triunfador si yo me sentía peor que cualquier cosa?
Veía a los demás cruzar la meta. Sonreía por ellos. Los veía con cara de héroes y decía: "No mames. Que valientes". Y yo por dentro sintiéndome una mierda. Llegué a mi casa, me bañé, me tapé con las cobijas y no quise comer.

Después de unas horas se me pasó el berrinche. Analicé paso a paso lo sucedido y lo sigo haciendo. No me voy a rendir. Esto no fue nada. Me lesioné pero sigo vivo y con muchas ganas de seguir corriendo. Soy mi propio límite y me amo tanto que estoy dispuesto a dejar de correr por un rato mientras sana esta herida. Esta carrera es contra mí. Yo soy mi propia meta. Yo llegaré tan lejos como me lo proponga. Yo soy grande, soy un triunfador. Para saber ganar hay que saber perder. Y esta sensación frustrante poco a poco se disipa. Este dolor es parte del crecimiento. Gracias a esto ha entrado en mí una fuerza mayor para seguir adelante. Caer, reír y levantarse. Así es la carrera de la vida, y yo corro libre con ella.

jueves, marzo 26, 2015

Estoy acordándome de aquella vez que manejé hasta Los Ángeles para verte y arreglar las cosas. Aquella vez me perdí y lloré, no por haberme perdido, sino porque en ese momento me di cuenta que quien había perdido no era a mi sino a ti. Porque así tu lo quisiste. 

viernes, marzo 20, 2015

Estamos sentados en una esperanza, en una pequeña rima que no acaba. Esa ola que nace a lo lejos soy yo. Me resisto a morir. Búscame en el mar, te dije. Y no me entendiste, nunca quisiste leer entre las líneas de mis labios. Hoy soy esa ola que no supiste nadar. Soy mi propia marea. Soy mi propio horizonte y soy feliz. Soy mi propio final. 

jueves, marzo 19, 2015

Éramos un mar lleno de pájaros blancos
Que de pronto no supo como llevarse bien con la marea de la vida y se quiso secar.

martes, marzo 03, 2015

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Extraño ese latido, esa sangre caliente de juventud, esa intensidad en los ojos. Nada nos detenía. Nos creíamos grandes y nada era imposible. Olíamos a flores, a sueños recién hechos.